Anna Netrebko, Christine Schäfer, Dorothea Röschmann, Bo Skovhus y Ildebrando D’Arcangelo bajo la dirección de Nikolaus Harnoncourt y acompañados por la Filarmónica de Viena: estas bodas de Fígaro son una auténtica fiesta para gourmets musicales.
De las 22 producciones de Mozart en verano del 2006 durante el Festival de Salzburgo, esta fue sin duda la que tuvo más éxito, tanto entre los conocedores como entre los aficionados, tal vez porque es ante todo una creación musical de orden superior.
La historia es conocida, el trabajo es rápido, ingenioso, conmovedor y vibrante. Basada en una comedia política y socialmente explosiva de Beaumarchais, pero atenuada por el libretista Lorenzo da Ponte de Mozart, trata el tema del amor, la lujuria y la justicia entre las distintas clases sociales: la nobleza, el personal a su servicio y la burguesía en ascenso. La alegría de la obra radica sobre todo en sus personajes, que son quizás los más «humanos» que se pueden encontrar en el escenario operístico.
El concepto musical de Harnoncourt está meticulosamente elaborado y está interpretado con una sutil riqueza de matices. Las locas intrigas románticas que se desarrollan en el escenario resultan del todo estimulantes. La puesta en escena del director Claus Guth se ajusta a la música como un guante: no hay elementos de farsa o payasadas; toma todos y cada uno de los personajes seriamente. Él ve los conjuntos y arias como habitaciones emocionales que deben ser abiertas por el director. Todo transcurre en la residencia de verano del Conde Almaviva: un lugar desprovisto de muebles, pero lleno de erótica energía. Cherubino, en el papel más cargado de erotismo de la producción, y representado por Christine Schäfer, se convirtió en el eje de la actuación: es una cantante luminosa, deslumbrantemente virtuosa y con unas dotes de actriz del todo conmovedoras -quizás el descubrimiento vocal del proyecto Mozart 22. La célebre Anna Netrebko demuestra su sensualidad de soprano para encajar perfectamente en el conjunto. Bo Skovhus y Dorothea Röschmann ofrecen relatos realistas e intensos del Conde y la Condesa mientras representan sus «escenas de un matrimonio». Finalmente, Ildebrando D’Arcangelo emplea su poderoso barítono bajo para dar autoridad al título de la obra.